#así que la negación de hablar sería por trauma
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En un tema un poco más dark, me preguntó si Deyanira habrá hecho mucha especulación durante los años sobre quien sería su supuesto padre biológico que la abandonó y que relación tuvo con Zephyr.
#spanish#myocs#supongo que habrá llegado a dos posibles teorías#1- la relación era abusiva pero derek la corto cuando nació deya para protegerla#y el tipo se fue apenas se dio cuenta de que ya no podía controlar más a derek#o 2- los dos tenían una relación todavía casual pero cuando deya nació zephy la quiso volver más seria#y el otro no tenía interés en eso así que rajó tan rápido como le daban las patas#claro que también existe la posibilidad de que no hayan tenido mucha relación previa a su nacimiento#pero ella siente que zephy no estaría *tan* negado a decirle algo si se tratará de alguien con el cual no tenía un vínculo#es mucho más fácil decir ''sólo lo conocí una noche y después llegaste vos'' que evadir todas las preguntas#...también sabe que existe la posibilidad de que su concepción no haya sido consensuada#así que la negación de hablar sería por trauma#+ su padre supuesto se fue del país según derek. tendría sentido que escape si cometió un crimen y teme que lo arresten#prefiere no pensar en esa opción tho. por su salud mental
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× Prompt elegido: Hipnosis.
× Título: Éticamente cuestionable.
× Relación: Quentin Beck/Peter Parker.
× Etiquetas/Advertencias: Quentin Beck es un psiquiatra, Peter Parker es paciente de Quentin Beck por supuesto, Manipulación emocional, Manipulación, Manipulación mental, Hipnosis, Quentin Beck manipulador, 🔞
× Resumen: Peter tiene problemas para dormir desde que regresó de su viaje a Europa.
El Dr. Beck siempre estará disponible para ofrecerle terapias alternativas para recuperarse del trauma que pueda llegar a tener.
× Leer en AO3 (o abajo).
🔮🕸
Desde que Peter regresó de Europa comenzó a comportarse extraño. May oía sus quejidos y sollozos cada madrugada. Tenía pesadillas que muchas veces terminaban en gritos y llantos desconsolados que sólo los abrazos de May calmaban.
Un mes más tarde, las cosas no habían cambiado demasiado. May hablaba al respecto con una compañera de la fundación de los desplazados por el Blip. Ella le recomendó a su psiquiatra, comentándole que él la había ayudado a sobrellevar los cinco años que ella perdió de la críanza de sus hijos.
May no titubeó al respecto y llamó al profesional. La cita con Peter fue agendada para el día siguiente. No esperaron más de quince minutos hasta que la secretaria lo llamó por su nombre, el doctor lo estaba esperando.
[...]
Peter entró al consultorio. El profesional estaba de espaldas a él al otro lado de un escritorio revisando unos papeles.
—Pasa, por favor. Tu nombre… es Peter, ¿cierto?
—Sí, señor…
El hombre se giró y le sonrió. A través del par de anteojos que le impedían ver directamente sus ojos, Peter divisó un brillo en su mirada.
—¿Mi secretaria te ha ofrecido algo para beber? —le preguntó él dejando los papeles que estaba leyendo sobre el escritorio y acercándosele.
—Sí.
—Muy bien.
El psiquiatra se quedó frente a él, se quitó los anteojos y lo observó. Luego, le extendió la mano.
—Quentin Beck —Peter lo miró y le sonrió estrechando luego su mano—. Toma asiento —el muchacho se sentó en el diván y esperó a que el profesional hiciera lo mismo—. ¿Qué es lo que te trae aquí, Peter?
—A decir verdad, mi tía me trajo. Una compañera de trabajo lo recomendó.
—¿Está mal lo que hizo tu tía?
—No lo sé —titubeó Peter—. Desde hace un tiempo tengo estas pesadillas, se me dificulta conciliar el sueño después de eso y tengo una sensación de peligro constante.
—¿Ha sucedido algo? ¿Crees que lo que esté sucediendo sea causa de algo que te ha ocurrido últimamente?
—Fui a un viaje a Europa por la secundaria. Creo que pudo haber sido eso.
—¿Quieres hablar al respecto? —Peter lo miró—. Lo que me digas no saldrá de esta habitación.
—Conocí a un tipo. Era encantador, en pocas palabras. Él… Me traicionó.
—¿Amor de verano?
—No lo sé —el hombre pareció sorprenderse por sus palabras—. Quizás suene ilógico lo que voy a decir, pero… No lo recuerdo. Trato de hacer memoria y recordar algo de él, su nombre, su voz… Pero no lo recuerdo.
La hora de la sesión se centró en el viaje, en la relación que mantenían con sus amigos y con May. Tony también estuvo en el medio de la charla. Él siempre estaba en sus pensamientos.
—Te espero la semana que viene a la misma hora, ¿te parece?
—Gracias, doctor Beck.
—Es mi trabajo —dijo el hombre mientras sonreía y lo acompañaba a la puerta—. Peter, una última cosa —el muchacho volteó a mirarlo, curioso—. Creo que es demasiado pronto para tratar algo así, pero, ¿te parece para la semana que viene buscar algo sobre hipnosis? Te lo dejo de tarea. Podríamos intentar algo de eso para ir buscando qué es lo que está ocasionando esas pesadillas.
—De acuerdo.
[...]
A la semana siguiente, Peter se sometió a una sesión de hipnosis. Quentin insistía en querer ubicar el por qué de la negación del joven a recordar lo vivido en su viaje a Europa.
—Quiero que cierres los ojos y dejes tus brazos a ambos lados de tu cuerpo. Quiero que te relajes, que ubiques un momento de dicha en tu mente y te centres en él, en cada suceso, en cada detalle —desde su sillón, Quentin veía el pecho de Peter hincharse y deshincharse de forma acompasada—. Peter, quiero que me digas que no recuerdas nada de lo vivido en Europa.
—No recuerdo nada de lo vivido en Europa.
—Muy bien, Peter. Hemos empezado de maravilla.
[...]
Peter debía reconocer que desde que había comenzado sus sesiones de hipnosis, él se sentía física y mentalmente bien. May le agradeció a Quentin lo que estaba haciendo por su sobrino, él ya no tenía pesadillas por las noches y se despertaba descansado y de buen humor en las mañanas. Quentin no solía hablar con sus pacientes acerca de lo sucedido en las sesiones de hipnosis, pero sí le dijo a Peter que había sido uno de sus mejores pacientes, que su mejora lo sorprendía para bien. Pero cuanto más tiempo pasaba con él el muchacho, más se daba cuenta que no quería mejorar. Quizás sería inapropiado confesarle sus sentimientos; estaba seguro que su deber moral no dejaría que lo aceptara. Sin embargo, un día lo intentó.
—Creo que todavía no estoy listo para terminar mis sesiones.
—Yo te veo bastante bien. Por lo que me dices ya no tienes pesadillas y has logrado volver a hablar de tu viaje. ¿Ha sucedido algo?
Peter lo miró por unos momentos, luego volvió su vista al techo mientras sus dedos, entrelazados, jugaban nerviosos sobre su regazo.
—A decir verdad, sí.
—¿Quieres hablar de ello?
—Me gusta alguien —Peter oyó un monosílabo de parte del psiquiatra, algo imperceptible, pero su voz resonando en el aire logró a estremecer hasta la última célula del cuerpo del menor—. Pero creo que no sería correcto hablarle sobre mis sentimientos.
—¿Por qué? ¿Qué es lo peor que podría pasar?
—No sería capaz de aceptar que me rechazara.
—Mi consejo es que lo intentes. Así y todo.
Peter tomó coraje, aire, y se sentó en el diván, miró al suelo y sosteniendo su cuerpo agarrándose del borde, miró a Quentin.
—Me gustas —Peter no pudo descifrar si esas palabras sorprendieron al psiquiatra o no, lo que sí pudo decir es que cuando lo vio sonreír, inconscientemente, lo imitó—. No sé lo que te estoy pidiendo, quizás sea un idiota por estar diciéndote esto, pero es lo que siento ahora. Y si no quieres corresponderme, está bien, pero, por favor, no me envíes con otro especialista. Es a ti a quien quiero.
Quentin lanzó una suave carcajada. Se levantó y se acercó a Peter, arrodillándose luego frente a él.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro —el muchacho titubeó sorprendido por la pregunta.
—¿Por qué habría de rechazarte? Aunque sea éticamente cuestionable, en este tiempo que llevo conociéndote, también he comenzado a tener sentimientos por ti, Peter.
El muchacho estaba sorprendido, un poco confundido porque no se esperaba una respuesta como esa, y tan feliz que las palabras no le salían. Quentin estiró una de sus manos con cuidado, timidez, y acarició una de sus mejillas. Peter lo imitó, y sonrió por las cosquillas del roce de su barba contra la piel de su palma. El profesional se levantó apenas y besó sus labios. Peter se alejó abruptamente para sacarle los anteojos y se dejó besar. No podía decirle que era su primer beso, no quería quedar como un niño pequeño, pero no hubo necesidad de decírselo, sentía que los besos de Quentin eran delicados, suaves, dulces; Peter se sentía que se derretía cada vez que sus labios chocaban. Fue él quien finalizó el beso, pero tan pronto como Peter recuperó el sentido del resto de su cuerpo, se dio cuenta que necesitaba un poco más de atención.
—¡Lo siento tanto! —Peter se cubrió el rostro con las manos pero cuando se dio cuenta que su pequeño problema había quedado expuesto—. Si tiene un cuarto de baño, yo podría…
Quentin hizo callar a su paciente y se sentó a su lado. Pasó su mano izquierda detrás de su nuca y lo atrajo hacia él.
—Deja que yo me encargue.
Quentin besó los cabellos de Peter y dejó que su cabeza descansara en el espacio entre su cuello y su hombro. Quería ver de reojo su mirada cargada de lujuria por lo que estaba a punto de hacerle. Metió su mano derecha dentro de sus pantalones y apenas tuvo contacto con su erección lo oyó gemir. Pronto Peter estaba hecho un desastre con su espalda sobre el diván y su cabeza contra la pared, jadeando incontrolablemente mientras sentía la barba de Quentin entre sus muslos.
—Dr. Beck… Por favor.
Al sentir el jalón de su cabello de parte de Peter, el hombre se incorporó y se recostó a su lado. Entre besos y Peter aferrado a su cuerpo mientras era masturbado, llegó al clímax con el rostro escondido sobre el pecho de Quentin, ambas manos a sus lados cerrados en un puño sobre el suéter del mayor.
—¿Peter?
—¿Sí?
Quentin se mordió el labio al oír el estado en el que estaba su paciente. Lo sentía a su lado: su respiración agitada, su sonrisa satisfactoria llegado el clímax, lo que más adoraba era que sus planes hubieran surtido efecto, que las sesiones de hipnosis que le había dicho a May y a él que lo estaban ayudando sólo estaban yendo en la dirección que Quentin quería. Ya había logrado que olvidara lo sucedido en Europa, después de todo solo Peter conocía su cara y su verdadero nombre de entre sus compañeros de clase. ¿Beck? Era sólo un apellido, podría ser común, quizás no. Ya había puesto sus manos sobre EDITH, ¿pero poner sus manos sobre Peter Parker, el niñito que se atrevió a enfrentarlo? No había nada mejor que eso, y no esperaba el día en que pudiera poner algo más que sus manos encima de él.
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The truth. Finally?
𝑨𝒑𝒓𝒊𝒍 𝟕, 𝟐𝟎𝟐𝟎. 𝑵𝒆𝒘 𝒀𝒐𝒓𝒌. 𝑨𝒏𝒅 𝒕𝒉𝒆 𝒕𝒓𝒖𝒕𝒉 𝒘𝒊𝒍𝒍 𝒔𝒆𝒕 𝒚𝒐𝒖 𝒇𝒓𝒆𝒆.
La verdad. La verdad que duele, que mata, que amarga. La que libera y tanto pavor da exigirla y escucharla. Nathaniel por fin había dado con la realidad que desempolvaba sus miedos y traumas de adolescente. Los mismos que durante años mantuvo en negación y que jamás se permitió superar. Esa verdad que sabía, pero debía oírla para hacerla real. A su pesar, Albert Knight se la dio. Tarde, pero concedido, la que finalmente completaba aquel rompecabezas que durante casi dos décadas se mantuvo inconcluso.
Y es que viviendo en desgastantes falsedades, las evitaba por su salud mental o quizá, solo para obviar un dolor más lacerante. Aunque pensaba que lo liberaría, no fue así. Su dolor también era el de otros. Si bien era el único reconocido en el matrimonio, compartía sangre con el italiano, el americano y la francesa. Pensaba en sus hermanos y por sobre todo en Adélia.
Y es que si algo le debía a su hermana menor, era protegerla a toda costa. Pero, ¿revelándole la verdad podría hacerlo? Acabaría con la imagen que ella tenía del padre de ambos. Una idealización que durante tantos años intentó cuidar, ni aplacar, asumiendo el daño a futuro. Sin embargo, sabría que no aguantaría mucho más. Adélia era de las personas a la cual no le podía mentir. Ella, con una sola mirada, un solo gesto, sabía exactamente lo que al portugués le sucedía. Esconderse, era una opción. Evitarla, también. Pero Sebástian no podía hacerle eso a ella. Se lo debía.
Le debía la verdad sobre Alphonse Dupond-Moretti.
Recientemente, Albert Knight le había confesado a Sebástian la verdadera razón del asesinato de sus padres. En el 2000, Alphonse lo amenazó con revelar cada uno de los secretos de la mafia corsa, apuntándolo como el principal responsable de todas las atrocidades cometidas a nombre de la organización criminal. Si Alphonse caía, también caería Knight. Y el padrino, en su desesperación —que por un momento Sebástian entendió— debió deshacerse de la piedra del zapato. Por mucho que fuera su mejor amigo y su hermano, le debía la existencia a la Unione Corse.
(...)
A consecuencia de esta confesión, Sebástian estaba abstraído en sus pensamientos, distraído, con la cabeza en cualquier otro lado. La música retumbaba en el club pero él no oía nada. La noche anterior había sido devastadora. Esa noche ni siquiera el whisky tenía sabor. No sentía nada y es que necesitaba tiempo. ¿Para qué? Ni idea. Pero sería una herida que tardaría en sanar… De nuevo.
A uno de los costados de la barra, ahí estaba Sebástian lanzando dardos. Uno tras uno. Uno con más fuerza y rapidez que el anterior. Tenía rabia, pero no conseguiría nada. Todos al blanco. Y es que se imaginaba lo mismo. Lanzando cada dardo a Albert Knight. Cuando pensaba que podía perdonarlo, algo sucedía para retroceder. Uno, dos, tres. Los tres dardos a la frente del jefe del cartel de Portugal. Lo odiaba por ocultarle la verdad porque aunque quisiera odiarlo, estaba lejos de esa realidad.
—¡Hermanito!
De pronto alguien lo sorprendió por la espalda. Aquel infantil y cariñoso abrazo logró sacarlo de sus más recónditos pensamientos y se permitió sonreír. Finalmente un respiro. Volteó y le otorgó un brazo fraternal, aunque distinto a los anteriores. Es como si él estuviese buscando refugio en su hermana, un ápice de paz. Y lo logró.
—¿Podemos hablar? Sé que probablemente viniste a emborracharte y créeme, te daré una muy buena razón para hacerlo. —¿Otro hermano más? —ambos rieron y Sebástian negó. —No, mucho peor. Pero sí tiene que ver con papá…
La sonrisa de la francesa se apagó. Se protegía y el francés también. De alguna manera, se imaginaba lo que Sebástian guardaba con tanta expectación. No era un tema a tratar a la ligera, por lo que la llevó al bar de la azotea, lugar que estaría menos concurrido. Apoyado en las barandas, se dio el tiempo de admirar la panorámica nocturna que entregaba New York. Iluminada, ruidosa, colosal. Su hogar.
—Apostaría a que hablaste con el infame de Knight, ¿no? —se adelantó Adélia. Sebs asintió. —Hay cosas que debes saber sobre papá y es que él no estaba limpio. Nunca lo estuvo.
El rostro de la europea se desfiguró para expresar desconcierto, incredulidad. Le estaba hablando de Alphonse, de su papá, del de Sebástian, aquel mismo que fue acribillado por Knight en un incierto destino final. Sin embargo, la imagen que tenía ella, era otra. Era la de un padre que la protegió, que la cuidó en sus primeros años de vida. La víctima, no de aquel maltratador y violento con Corinne Bussaglia. El recuerdo le revolvió las entrañas.
—No vamos a hacer esto de nuevo, Sebástian... —Es que tenemos que hacerlo. —le miró por el rabillo del ojo y suspiró. Le estaba costando más de lo que debía. —Los restaurantes que tenía en Francia, ninguno estaba limpio, ni siquiera el de París. Pero eso ya lo sabías…
Adélia le miró extrañada pero asintió.
—La mafia siempre le perteneció a Albert, a su familia. Su verdadero nombre es Antoine Colonna, hijo del último padrino de la Unione Corse pero, para pasar desapercibido, lo cambió a Albert Knight. Así como él es Albert, yo soy Rhage. Es una forma de protegernos, de proteger la mafia. —tomó un respiro. —Su mejor amigo era Alphonse, nuestro padre. Él estaba en la mafia alemana, pero luego pasó a la mafia francesa y, ¿por qué? Ni puta idea. Alphonse simplemente lo ayudó con el lavado de dinero y, asumo que en algún momento, la sed de poder, de tener más... le ganó. —¿Por qué me cuentas esto ahora? —Porque necesito que dejes de defender a papá… Fue un hijo de puta. Por él mi madre murió en vida y luego murió por su causa. Ella no merecía morir… —suspiró rendido. —Y peor aún, por su culpa el cartel casi se va a la mierda. Lo iba a delatar y si Albert caía, caían todos. Caía toda la organización. Y ahora qué sé la verdad, también debías saberlo. No podemos vivir engañados. —¿Y por qué lo iba a delatar? Es que no tiene sentido... ¿Por qué habría de delatarlo si él también estaba dentro?
Sebástian se encogió de hombros. Cuando todo parecía tener sentido, volvía la incertidumbre. Al puzzle todavía le faltaba una pieza, que era la verdadera motivación de Alphonse para destruir la mafia corsa y más que eso, destruir a Albert Knight. Debía ser una razón de peso, tanto que lo obligó a poner su vida en riesgo y la de su mujer, ambos falleciendo en el intento. El tiro en la frente fue su castigo y con ello, el peso de llevarse a su esposa en el camino.
—Yo lo vi todo, Ade. Vi cómo los mató a los dos y aunque sigue doliendo, a veces lo entiendo. Era un obstáculo, uno que podía costarle todo. Que me pudo costar todo… —¿Costarte a ti? —Knight tiene pensado que yo asuma como padrino en algún momento. No ahora, pero sí en unos años. —¿Padrino? ¿Por qué? —No lo sé. Me contó lo de Alphonse y... —¿No te parece sospechoso que te cuente esto y que justo te revele sus intenciones? Tú sabes cómo nos manipula a todos... ¡Tú lo sabes! No hace nada sin saber que puede conseguir algo. Sebs, por favor...
Adélia elevó la voz y en aquel momento dudó de la verdad de todo aquel que estuviese a su alrededor. Dudó de su hermana, de su padre, de su madre, de Albert Knight y de todo aquel que se cruzó en su camino. ¿Quién decía la verdad? ¿Quién era artífice de la mentira? ¿Cómo podía discernir entre lo real y lo falso, si su vida entera había sido construida a base de engaños?
—Albert no me haría eso... —¡Estamos hablando de nuestro padre! Tú estabas con él. ¡Albert lo mató, Charles! ¿Cómo es que puedes defenderlo después de todo lo que hizo? ¿Lo que nos hizo?
Sebs torció el gesto. Le debía lealtad y aunque lo odiara, le debía todo. El dinero, los lujos, las salvadas de culo y la imagen paternal que tanta falta le hizo.
—Solo cumplo con mi deber, Ade. El cartel nos ha dado todo y esperaba que estuvieras de mi lado. —No puedo creer que seas tan iluso, Charles. Estamos hablando de papá... —¡Y tú sabes todo lo que nos hizo! Joder, no es una víctima. Nosotros sí lo somos, incluso Albert.
Ella movió la cabeza indignada.
—Más idiota que Albert, eres tú, niñato. Eres un jodido peón de Knight.
Y sin más, dio la media vuelta, acongojada, herida, pero al menos tenía en su poder la verdad. De ella dependía si la usaba a su favor o decidía ignorar. El resto de la noche Adélia estuvo en el bar bebiendo, compartiendo, haciendo uso de su privilegio como hermana del dueño para hacer y deshacer.
Bash solamente la miraba con una sonrisa fraternal, de cariño, y es que todos tenían una forma distinta de escapar, de evadir, de omitir. Adélia hizo de las suyas y Sebástian continuó lanzando dardos. Uno tras otro, hasta que el bourbon volvió a tener el dulzor de siempre.
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Y todo esto, ¿nos dejará huella?
A Franco Berardi, Bifo, le gustaba terminar sus charlas (uso el pasado para referirme a la época preCOVID) con una cita de Keynes: “Lo inevitable rara vez sucede, es lo inesperado lo que suele ocurrir”. Y con esta frase, casi como si se tratase de un ritual, conjuraba el clima apocalíptico que pudiera haberse instaurado entre su audiencia y sembraba algo así como una idea de esperanza que no dejaba de tener un cierto aire cuasi-mesiánico (esperanza en la “venida” aunque sea, paradójicamente, de lo inesperado). Lo inesperado (parece que) ha llegado, en forma de virus. A Bifo hay que seguirle siempre pero más en estos días en que otros autores están produciendo material teórico y él (además) insiste en un diario, una crónica, un territorio a caballo entre lo cercano, lo próximo y lo global, lo personal y lo universal.
Me interesa esta actitud de Bifo (que toma café mientras observa cómo la vecina pasa por la calle debajo de su ventana, repasa el mensaje de una amiga que vive lejos y, al tiempo, reflexiona sobre la situación mundial) sobre todo porque, pensando en las consecuencias de la pandemia en la salud mental, todos estos niveles (de cercanía-lejanía, concreción-abstracción) han de estar presentes en nuestra reflexión, en eso que damos en llamar “salud mental” como lo están en lo que podríamos llamar toda experiencia humana. La teoría no debería estar disociada del punto de vista desde el que se construye ni de la forma en que se hace.
“Mi aislamiento social es mío, y no tiene que ver con que me lo impongan ni el miedo ni el Estado con normas y multas. Me aíslo voluntariamente para cuidar y cuidarme, para no contagiar a nadie y poder seguir atendiendo a otros en lugar de tener que ser atendido. Me aíslo además en compañía de muchos, algunos cerca y otros, una inmensa mayoría, lejos físicamente de mí pero a la vez íntimos porque nos une una tarea y un objetivo común de solidaridad y cuidado. Mi aislamiento es un acto de amor, a quienes conozco y a quienes no conozco, a todos les deseo el bien y, ahora mismo, lo hago desde el aislamiento.” [1]
El párrafo anterior lo había anotado, más o menos, en consulta a partir de las reflexiones que se habían generado entre un paciente y yo unos días antes. Lo publiqué en la página que mantiene el equipo de salud mental junto a los bibliotecarios de los municipios de la zona después de leer lo que había escrito un compañero psicólogo en el diario público que lleva estos días. Ideas muy similares. Reconocí en su escrito mi anotación. Pude valorar lo que yo había anotado, a través de su escrito, como algo valioso a compartir con la comunidad, casi como una intervención de promoción de la salud.
Bifo citó un artículo de Luigi D´Elia, del 21 de marzo, en el que se expresaba la misma idea: que el confinamiento sea aceptado voluntariamente hace que la respuesta que despierta en nosotros pueda ser generadora de cambio, que todo cambie, que la experiencia sea distinta, dura, seguro, pero fructífera. Luigi, a su vez, hacía referencia a la revisión sobre cómo paliar los efectos de la cuarentena que hizo Lancet que, creo, ni mi colega ni yo habíamos leído antes pero, aun así, podríamos haber suscrito (“coincidencia” que, me señala mi colega, podría pensarse desde el “inconsciente colectivo” o, mejor, desde la “soledad común” de Jorge Alemán).
Antes, durante y después de esto, he leído multitud de artículos, consensos, consejos, guías y protocolos sobre salud mental en el confinamiento, el apoyo a profesionales sanitarios, el afrontamiento de duelos en relación al COVID, etc. Pero sin demasiado interés, me temo, no tanto por el contenido de los textos (que, aunque alguno se salva, también) como por una reacción de apatía ante el confinamiento que no me permitía concentrarme ni hacer ni disfrutar de casi nada. Una noche conseguí ver “Los siete magníficos” en La 2, pero creo que solo fue porque esa película la había visto como quinientas veces antes. Fue una fase pasajera, afortunadamente, y creo que casi necesaria de adaptación. A pesar de lo que dijesen las guías, el síntoma apatía (como el de irritabilidad, alteración del sueño y cambios de humor) no dejaba de ser, creo, una variante de una reacción sana a una situación excepcional.
Veo la viñeta de El Roto, en El País, con el siguiente texto: “Lo sabemos todo sobre el virus y nada sobre lo que significa”. Y me recuerda cómo se instaura el trauma, cómo la inscripción psíquica de los hechos traumáticos se da en dos tiempos, el primero en el que se vive el hecho en sí y el segundo en relación con la resignificación de lo sucedido. Porque lo mental, de vez en cuando hay que recordarlo, tiene que ver con cómo conseguimos contarnos las cosas (tanto o) más que con las cosas en sí. El virus es real, evidentemente, pero su significado, que no es evidente para nada, será algo que construiremos, que ya estamos construyendo entre todos (de forma apresurada quizá, con este ir y venir de ideas, referencias cruzadas, lecturas y experiencias compartidas, con las que uno se reencuentra constantemente y luego toma distancia), y de las cualidades de sentido que consigamos incluir en nuestra experiencia subjetiva, individual y colectiva, del “virus” —el “virus como metáfora” quizá— dependerá en gran medida cómo de traumático —a nivel intrapsíquico— será todo esto.
Por eso, porque los elementos a los que nos enfrentamos, quizá contraintuitivamente, están en construcción, de momento, y junto con El Roto creo que lo más sensato es decir que no sabemos. Y como no sabemos realmente, quizá los consejos, consensos, guías y metaguías no son más que un conjunto de a prioris que, sí, hay que leer, pero mejor hacerlo sin demasiada fe militante, manteniéndonos por contra abiertos a aportaciones diversas para no cerrar el campo y poder seguir pensando “todo esto”, incluyendo cuestiones biológicas y matemáticas, pero también sociales, políticas, económicas, antropológicas, filosóficas y cotidianas, en el sentido en que actividades sencillas (como, por ejemplo, limpiar el baño de casa) han adquirido gran relevancia en estos días para algunos de nosotros. Esas cosas tan importantes/sin importancia nos anclan a la realidad. Y mantener un vínculo fuerte con la realidad parece buena idea, especialmente cuando otros vínculos desaparecen (temporalmente o, a veces, para siempre). En fin, todo esto. Algo tan concreto como respirar vuelve a ser lo más importante, siempre lo fue.
La incertidumbre de no saber tantas cosas, ni del pasado ni del futuro. La inseguridad que genera el no controlar de verdad el transcurso de nuestras vidas, ni poder sostener una fantasía de control sobre ellas. El no encontrar muchas veces un algo, real o fantaseado, al que nombrar responsable de nuestra angustia. Todo esto y más está sucediendo y cada cual consigue manejarlo como mejor puede. A veces con mucha dificultad, con sufrimiento o, directamente, sin poder hacerlo. A veces haciendo como que, en realidad, tampoco es para tanto, o negando directamente. A veces de forma original e inesperada. A veces aplaudiendo desde los balcones. A veces, cuando la angustia es muy intensa, nuestra mente encuentra un responsable y eso genera cierto alivio. Desplazar la “culpa” del virus al gobierno o a los extraterrestres puede aliviar mucho. Lo más habitual: la apatía, la irritabilidad, las alteraciones del sueño, los cambios de humor, y también la lectura, el ejercicio físico, el juego, la creación artística, la repostería y el mantenimiento, más o menos mañoso, de la casa.
Escucho hablar, con temor, de las secuelas del confinamiento en distintos grupos de personas. En los niños, principalmente. Pero yo llamo a los padres de mis pacientes y me dicen que están bien y que, precisamente quienes podrían salir con su diagnóstico de “autismo”, la mayoría no quieren salir. Y sería sorprendente —no debería— si no nos olvidásemos a cada momento de que, en realidad, no sabemos, y que nuestros pronósticos fallan. No digo que no deban o que no sea bueno para ellos salir, al contrario. Con algunos pacientes adultos está siendo todavía más sorprendente porque muchos, no todos, no es que estén bien, es que se encuentran mejor, mejor ahora que el resto del mundo está tan desconectado del sistema productivo como ya lo estaban ellos, con vidas igualmente limitadas e ingresos restringidos. No es que le deseen al mundo que esté en sus mismas circunstancias, simplemente ahora tienen un tema común del qué hablar, se puede hablar de “cómo está” cada uno y todos disponen de tiempo para hacerlo. Llevo algunos días encontrándome artículos del tipo “lo que podemos aprender de...”, los astronautas, las tripulaciones de submarinos, los habitantes de las estaciones polares... y echo en falta un artículo que hable de lo que podemos aprender de algunos vecinos a quienes tampoco les ha cambiado tanto la vida en estas semanas.
Luigi D´Elia escribe que a sus pacientes les pide estos días, cuando surge el tema del confinamiento, que recuerden las largas tardes de verano (o de invierno) de su infancia en que no tenían ninguna obligación y aparecía el aburrimiento y, sorprendentemente, los pacientes le relatan que se aburrían pero eran felices. Luigi, y sus pacientes también, tiene suerte porque no todas las infancias son iguales y quizá muchas tardes de verano fueron terribles. Pero la imagen me vale. Desconocemos cómo serán elaborados estos días ni si el tedio (la angustia, la ansiedad y la tristeza) experimentado en el confinamiento será o no incluido en algo así como un ánimo que permita la coexistencia de la felicidad con otros sentimientos de dolor y pérdida, que no obture la angustia con falsas certidumbres. Pero tengo la certeza de que “todo esto” está sucediendo y no debería pasar como si nada. Para mí al final la cuestión no es si dejará huella, la cuestión es el tipo de huella (permitirá la vivencia de duelo e impotencia o predominarán la negación y la proyección) porque lo contrario, que no haya pasado o hacer como que no ha pasado y seguir, como si nada, en el punto anterior a la crisis, no creo que sea ni deseable ni posible.
Si todo vuelve a la “normalidad”, los desajustes a los que todos tendremos que hacer frente más adelante (veremos) serán tratados como enfermedades, medicalizados, medicados gran parte de ellos y otros derivados a psicoterapias individuales breves o a grupos de manual de afrontamiento de ansiedad y depresión. En cualquier caso, largas listas de espera y mucho malestar. No es la única alternativa, especialmente si, como parece, las propias circunstancias imponen la necesidad de comenzar a hacer las cosas de otra manera. Quizá desmedicalizando, generando redes de apoyo mutuo, retomando el trabajo con las redes locales (con atención primaria, servicios sociales y los bibliotecarios), abriendo la posibilidad de intervenciones menos formales, más flexibles, más basadas en la escucha no de síntomas sino de experiencias biográficas concretas. Pienso, por ejemplo, en las terapias comunitarias: grandes ruedas de gente que habla y se escucha, y hasta puede cantar o contar chistes, como hacían una pareja de amigos que trabajaron en Colombia, en situaciones de guerra. ¿Podrán hacerse online? Veremos.
[1] Párrafo publicado en la página de Facebook de “Salud Mental y Cultura” del Mar Menor, el 18 de marzo de 2020.
Publicado por Félix Crespo.
Psiquiatra de la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital Universitario de Los Arcos-Mar Menor y miembro del Centro Psicoanalítico de Madrid.
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